domingo, 29 de enero de 2012

Travesías con los cajeros automáticos






La tecnología nació con el fín de facilitar los oficiós y deberes del hombre, ahorrar tiempo y dinero, unas de las grandes soluciones bancarias fué la invención de la tarjeta electrónica y el cajero automático, aparato electrónico dispuesto para funcionar 24 horas 7 dias a la semana (claro para ello se necesitan cumplir varios factores; luz eléctrica, conección de internet y disponibilidad de dinero).  Luego la educación a los usuarios para poder utilizar este instrumento que profesa grandes bondades.


El meollo del asunto surge cuando necesitamos esta marvilla tecnológica y nos tomamos más tiempo que quizás ir a un cajero de carne y hueso homólogo, este artículo surge de una experiencia propia usando este servicio, de un conocido banco ubicado en la calle Monagas el cual fué mi martirio luego de ir haciendo escalas en los diferentes cajeros automáticos no funcionales repartidos en la cuidad de Maturín. Con esa última y única opción tuve que resarcir mi paciencia y hacer una larga cola de no menos de cincuenta personas, aunado a esto el extra de pimienta que supuso el funcionar sólo uno de cuatro cajeros instalados, esperando que no fallace el aparato a mitad de camino.  Mi mirada casi que podia pesar en los hombro de los diferentes usuarios de la cola, pensando que con ella podía apurar en algo la espera mientras el sol hacía que cada segundo pareciera un minuto, los habia de los sacaban y metían la tarjeta varias veces, los que pedian saldo, sacaban dinero para luego volver a pedir saldo, los que al sacar 300 Bs lo hacían en operaciones de 100 Bs. c/u y hasta los que por su demora debían comenzar de nuevo las transacciones.


Uno a uno iban pasando mientras que en la cola todos expresaban con su mirada la falta de paciencia, ya sólo faltaban once personas cuando el usuario de turno con una desalentadora cara anuncia que se acabó el dinero,  los que no lo creíamos nos quedamos a ver como una por una iban siendo rechazadas las tarjetas y el cajero invitaba a trasldarse a otra sede bancaria.   44 minutos exactos marcaba el reloj, pero yo aseguraba que eran más los que habían transcurrido en esa fatídica mañana, cabizbaja caminé hacia el carro abandonando todo concepto bueno sobre el cajero automático y olvidando los deberes para ese día a la espera de uno nuevo lleno de sorpresas como la ocurrida esa vez, una travesía con los cajeros automáticos.